Cuántas cosas dejaremos de hacer y cuántas cosas aprenderemos. Con la añoranza de lo que estamos perdiendo y sabiendo que sólo podemos controlar la decisión de cómo queremos pasar este tiempo. Quizás no seremos demasiado conscientes de algunos cambios hasta que no volvamos a vivir la siguiente primavera o el siguiente Sant Jordi. Vivimos cada día con la esperanza que el esfuerzo dé sus frutos, con el sueño que mañana queda un día menos para un horizonte que no vemos pero que nos acompaña de manera invisible y que nos está esperando en algún punto de un futuro cercano.
La vida nos regala tiempo.Vamos con prisas, parece que se nos escape de las manos y mientras corremos queremos que pase lento. Nos damos cuenta que las pequeñas cosas son las que tienen más valor cuando algún hecho imprevisto y maquiavélico nos obliga a parar.
Este confinamiento dejará en nosotros una huella que no podremos borrar. Nada será igual cuando volvamos a compartir espacios, ni siquiera cuando volvamos a abrazarnos.
Mientras tanto, no pospongamos celebraciones, no pospongamos un te quiero, disfrutemos de las palabras que abrazan y de los ojos que sonríen. Cuando una situación se tuerza, cuando haya un malentendido, no aplacemos la conversación. No hay nadad mejor que una conversación aclaratoria.
Aprovechemos a pesar de la distancia, cada momento que nos regalen la amistad y la familia. Seamos conscientes a cada paso, de que este tiempo no volverá.
Aprovechemos cada momento que generemos con los compañeros y compañeras de trabajo si los tenemos. Ahora forzadamente, quizás hablemos más a menudo y si hay buen rollo, que los encuentros virtuales sirvan de terapia.
Que no sabemos qué pasará mañana, sólo tenemos el hoy, el aquí y ahora. Hagámonos conscientes cada día y cuidémoslo.