La cobardía es un triste compañero de viaje para quien la elige. Y cobardía es la palabra.
Es de cobardes no ayudar al compañero que lo necesita, lo es si puedes ayudar si tienes tiempo y aún y así, decides no hacerlo. Es de cobardes prolongar la situación en el tiempo y estar viendo sus consecuencias día a día. Es de cobardes hacerlo y no enfrentarse a la raíz del problema, que viene de la decepción y el desencanto. Requiere valor enfrentarse a quién merece ese rencor o esa venganza calculada. La actitud que se adopta cuando es consciente y premeditada se convierte en inexcusable.
Resulta más fácil verter la decepción o el rencor sobre el recién llegado que ajeno a toda esa historia sólo espera compañerismo y actitud positiva.
No es suficiente una confesión que sólo proviene de un remordimiento de conciencia. No es suficiente porque ni justifica los hechos ni conlleva el perdón.
Nadie merece ser manipulado y una vez hecho no tiene vuelta atrás, retrata una manera de hacer, un tipo de personalidad que si ha sido tan fría para actuar deliberadamente tampoco merece el perdón.
Pero tiempo al tiempo, que pone siempre cada cosa y a cada persona en su lugar. No vale la pena remover lo hablado o lo sucedido, no merecen ni tiempo ni derroche de energías. Hay actitudes que no pueden repararse en poco tiempo, ni siquiera en toda una vida.
El tiempo siempre es un sabio consejero, y los actos de cobardía que dañan a los demás de forma deliberada encuentran una respuesta de la vida en su justa medida y a su debido tiempo. Porque la cobardía sólo es un triste compañero de viaje para quien la elige.